La etapa actual de progreso tecnológico genera nuevas y diversas posiciones relacionadas con el efecto de estas transformaciones sobre el empleo y el rol de la política pública resulta determinante en el resultado neto de ese efecto.
La preocupación histórica por los efectos que genera el cambio tecnológico sobre el empleo ha adquirido nuevos matices en el marco del proceso de desarrollo y difusión de tecnologías en curso. Esto se relaciona, principal pero no únicamente, con la velocidad de las transformaciones operadas y con la aparición de tecnologías transversales que inciden de manera más general sobre la dinámica de las actividades económicas.
Lo anterior obliga a reconsiderar los principales ejes de un debate en el que intervienen con sus aportes distintas disciplinas, entre ellas la economía. El análisis de los efectos del cambio tecnológico sobre el empleo ha estado presente ya en los inicios de la ciencia económica. Así, una de las primeras manifestaciones en torno a esta relación es la de los mercantilistas, quienes planteaban la necesidad de regular la incorporación de tecnologías con el objetivo de menguar el efecto destructor de empleo que generaban estos procesos.
Más tarde, los economistas clásicos enfocaron sus análisis en los efectos de compensación, totales o parciales, que eran esperables al producirse estos avances. Según este enfoque los puestos de trabajo perdidos en una actividad –como consecuencia de los menores requerimientos de empleo para producir una misma cantidad de bienes– podrían ser “compensados” por los efectos positivos que tendría sobre el empleo el mayor nivel de producción fraccionado por las maquinarias incorporadas. La compensación operaría por la reducción de precios (vía mayores niveles de productividad) y salarios (vía el abaratamiento de los bienes para la subsistencia), por las nuevas inversiones y por la producción de maquinaria necesaria para la implementación de las nuevas técnicas productivas. Para que este mecanismo fuera efectivo los economistas clásicos sostenían la necesidad de que los nuevos trabajos surgieran en cantidad suficiente y dentro de un lapso razonable.
Marx, en su análisis sistémico del capitalismo, fue uno de los principales críticos de esta perspectiva. En su caso la incorporación de nuevas maquinarias era el resultado de la competencia entre capitales por apropiarse de la plusvalía, lo cual generaba cambios en los procesos de trabajo e incrementaba la productividad. En esta dinámica, donde se reemplaza a trabajadores por maquinarias, surgen otras actividades que absorben empleo en nuevas tareas. Sin embargo, este comportamiento no es generalizable dado que es improbable que los nuevos puestos puedan ser cubiertos por trabajadores desplazados, ya sea por razones de localización o de calificación y tiempo (desempleo estructural). De esta manera, en el mejor de los casos, la compensación sería parcial.
Con el desarrollo de la escuela marginalista, a partir del último tercio del siglo XIX, la compensación en términos de empleo pierde relevancia frente al análisis de la relación entre capital y trabajo. Desde esta perspectiva se sostenía como eje analítico la sustitución capital/trabajo, bajo la premisa de que los mecanismos de mercado tienden a ajustar el ratio en función de los precios relativos y a beneficiar, en función de estos, indistintamente a trabajadores y capitalistas. En este contexto se desdibuja el impacto del cambio tecnológico sobre el empleo, toda vez que se supone el ajuste vía precios y salarios a través del mercado, y el desempleo solamente se produce cuando existen rigideces derivadas de la influencia de actores u obstáculos institucionales.
En los años previos a la Gran Depresión, desde distintas perspectivas resurgió la importancia del análisis del desempleo involuntario, en algunos casos asociado al desempleo tecnológico. En particular, los análisis keynesianos pusieron de manifiesto la existencia del equilibrio con desempleo y del desempleo involuntario. Este último se asocia con la insuficiencia de la demanda efectiva especialmente en contextos recesivos donde se produce una disminución de los niveles de inversión. Por su parte, desde la perspectiva schumpeteriana el desarrollo de innovaciones que se difunden desigualmente entre sectores y en el tiempo, impacta sobre los ciclos de crecimiento y genera períodos de desempleo que, sin embargo, no es de carácter estructural.
Estas contribuciones permitieron realizar nuevos aportes relacionados con el enfoque de la compensación, discutiendo principalmente las ideas marginalistas. De esta manera, la posibilidad de crear puestos de trabajo a partir del aumento en los niveles de ingresos –vía apropiación de los trabajadores de las ganancias derivadas del incremento de su productividad– y de la emergencia de nuevos productos –vía la generación de nuevos puestos de trabajo para producir los nuevos bienes– contrarrestaría la dinámica de destrucción del empleo generada por la incorporación de maquinarias.
En la actualidad, se reconoce la importancia de considerar las especificidades de cada paradigma tecno-económico para dar cuenta de su impacto en términos de cantidad, calidad y dinámica del empleo. Por ello es que no puede sostenerse que todo proceso de cambio tecnológico e innovación genera por sí mismo pérdida de empleo. Por el contrario, especialmente desde la perspectiva neoschumpeteriana, se sostiene que un análisis detallado de esta relación requiere considerar el contexto socio-productivo en el que se insertan las transformaciones, las implicancias productivas que se derivan de las mismas y los acuerdos institucionales que hacen posible o limitan su difusión en cada economía.