“En todos estos años el sistema no cambió”, afirmó la mujer en una emotiva y dura carta pública.
Stella Maris Romero tenía 10 años cuando su padre se embarcó en el buque de salvamento ARA Guaraní. La nave se hundió durante un temporal cerca de Tierra del Fuego y se presume que sus 38 tripulantes murieron. Había sido asignada para brindar apoyo logístico a un avión Douglas DC-4 que voló al destacamento naval Melchoir, en la Antártida, para asistir a un capitán de corbeta que había sufrido una apendicitis aguda. Ayer Stella escribió una carta que su hija subió a las redes sociales, que se reproduce a continuación:
Ahora que les dieron la “sorpresa” a los familiares del ARA San Juan, quisiera expresar algo de todo lo que tengo “atragantado”. Tengo 69 años y soy hija de uno de los náufragos del ARA Guaraní, un remolcador que estaba en “reparaciones” en el puerto de Ushuaia y salió a “prestar apoyo” a un avión que realizaba un traslado sanitario desde la Antártida en medio de una tormenta infernal. Nunca volvieron, “desaparecieron.”
Mucho para contar, octubre de 1958. Lo que me asombró en esta oportunidad es que en todos estos años el sistema no cambió; los mismos discursos, los mismos “protocolos”. Hubiera sido más fácil decirles ante el primer síntoma de avería “emerjan y diríjanse al puerto más cercano” y no “continuar el derrotero a Mar del Plata”. ¿Sí? No lo sé. En aquel entonces fue “hay que prestar apoyo al avión”, y cuando el avión retornaba, el Guaraní, maltrecho e insignificante, salía con una dotación de 36 tripulantes, mi padre el mayor, 33 años de edad.
Me asombró la similitud de los discursos, la siembra de esperanzas que nunca se realizarán.
1958: No descartamos que estén a la deriva…
2017: No descartamos que estén en superficie…
1958: Tal vez estén refugiados en una de las tantas cuevas costeras hasta que amaine el temporal…
2017: Tienen oxígeno por x días y están preparados para esa contingencia…
1958: No vamos a dejar de buscarlos…
2017: Los vamos a buscar hasta que los encontremos…
1958: Están desaparecidos…
2017: Están desaparecidos…
Etcétera, etcétera, etcétera.
E incoherencias como decir que cuando el submarino rola, el aceite se corre y suelen pararse los motores. ¿Compramos un submarino para defender nuestra soberanía cuando el mar está planchado?
La solidaridad de las armadas a nivel mundial es digna de destacar. Igual sucedió en aquel entonces con la tecnología con que se contaba. Y aunque se insultaran con los marinos chilenos cuando se encontraban en el estrecho, la armada chilena también salió a buscarlos.
El tiempo tapa todo. Y como el sistema y el protocolo lo manda, vendrán las misas de “cuerpo presente” con un cajón disfrazado de negro, y la declaración de héroes, el ascenso al grado inmediato superior, certificados, honores, etc.
Recuerdo ver a mi madre peregrinando por oficinas; no hay cuerpo, no hay muerto, no hay muerto, no hay viuda, no hay viuda, no hay pensión, porque hay “presunción de fallecimiento” y eso lleva años.
Ojalá eso ya no suceda.
El Estado sigue siendo el mismo, y educación, salud y seguridad siguen dándose sin sentido de patria, tanto en gestión, distribución y uso; la responsabilidad es de todos.
Parece ayer cuando desmantelaron los astilleros, cuando el mundo traía a nuestros diques secos a reparar sus barcos por la calidad del servicio, cuando los egresados de las escuelas de operarios de la Armada eran una garantía de saber y hacer. Cuando dejaron morir al IAME, Córdoba vio morir la industria nacional. La Armada tenía laboratorios desde donde salían medicamentos de primera calidad.
Demasiadas similitudes en 59 años. Las viudas volverán a rehacer sus vidas, pero la cicatriz las acompañará de por vida, son jóvenes. Ojalá no haya niños “mayorcitos” y sí pequeños, como mi hermana, que tenía 45 días, sin recuerdos vívidos, olores, expresivas miradas…
Ojalá los encuentren, aunque sea muertos, porque hacer un duelo mirando el mar no sirve para nada; para una madre el dolor es insuperable, y para un hijo que jugó, hizo los deberes y amó como amé yo a mi padre, es un duelo prendido con alfileres.
Con mis 69 años tengo la esperanza de que las generaciones que eduqué siendo docente sean ciudadanos incorruptibles, que trabajen por este bendito país sin robar nada, sin mentir y jugarse por la libertad y la verdad.
Que la paz cubra a todas aquellas familias que dieron esposos, hijos y nietos que en silencio y desinteresadamente ofrendaron sus vidas por nuestro país trabajando hasta en las condiciones más precarias, con sentido de Patria.
Stella Maris Romero