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Pausas activas en el Estado: las clases de yoga ya son parte del paisaje habitual en varios organismos

Pese a algunas resistencias, gana terreno el espacio para actividades alternativas, como relajación, deportes y canto.

Entada sobre una colchoneta estirada en el suelo, Rosario pide que cerremos los ojos, que nos encontremos con nuestro cuerpo. También, nos ordena inhalar y exhalar de manera exagerada. Después, nos pide que estiremos los brazos hacia arriba. Finalmente, nos convoca a sentir “cómo nos liberamos”.

Detrás de Rosario hay una ventana que llega hasta el techo. Del otro lado, el caos. Las bocinas, el tronar de las motos, las frenadas y las protestas están ahí, en pleno microcentro, pero nada se siente. El humo del incienso y la música de meditación convierten al “Templo de la Jefatura de Gabinete”, como lo llama en broma Rosario, en una burbuja de paz de tintes orientales que nada se parece al zarandeo de la realidad porteña.

La profesora de yoga les habla a ocho empleados en una oficina del noveno piso del ex edificio Somisa, situado en la esquina de la avenida Belgrano y Diagonal Sur. Todos participan de lo que llaman “pausas activas”, una iniciativa que surgió en el sector privado pero que está ganando terreno en varias dependencias de la administración nacional, pese a algunas resistencias.

La coreografía de brazos deslizándose pasa un costado y para otro logrando poses extrañas con ayuda de las piernas se repite por media hora según las órdenes de la instructora. “Sorprenden las poses a las que llegan algunos”, dice Nicolás Soto a la salida de la clase.

El objetivo, según relatan en el Gobierno, no es que después de las clases a los empleados les duelan músculos que probablemente ni siquiera sabían que existían, sino que se sientan motivados para realizar actividades saludables que les permitan darle un descanso a la mente en la mitad de la jornada laboral. Desde yoga hasta clases de canto, pasando por charlas informativas sobre nutrición o sedentarismo.

Ámbitos saludables

Las “pausas activas” no son algo que convenza a todos. De hecho, los empleados de varios organismos cuentan que hay sectores que no sólo no participan, sino que consideran las actividades un gasto de tiempo y de dinero público.

“¿Cómo es eso de que en las empresas privadas hay que tratar bien a los empleados y en el Estado no? Si funciona en el sector privado para crear un ámbito saludable, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros también?”, preguntó la titular de la Secretaría de Relaciones Parlamentarias y Administración de la Jefatura de Gabinete, Paula Bertol, quien coordina la iniciativa en su área.

En cuanto a la inversión, en el Gobierno afirman que es mínima en términos globales. En la Jefatura de Gabinete, por ejemplo, se les paga a los instructores de yoga y canto poco más de $ 15.000 que, según afirman, es dinero que proviene del ahorro de otros sectores. También aseguran que “se achicaron las cajas chicas” para comprar las frutas que se entregan gratis a los que trabajan allí.

El fenómeno no es nuevo para Pro. En realidad, lo que desde mediados del año pasado se empezó a aplicar en la Nación ya era moneda corriente cuando Mauricio Macri ejercía la jefatura de gobierno porteño. Sin embargo, a medida que pasan los años, la iniciativa se desarrolló, al punto de que ahora, en algunas oficinas ya casi no sorprende y forma parte del paisaje.

En la Jefatura de Gabinete, que dirige Marcos Peña -no participa de las clases por tener la oficina en la Casa Rosada- es donde la idea está más instaurada y donde genera la mayor convocatoria, a tal punto de que hay yoga tres días por semana -cuatro turnos por jornada- y, canto, dos veces semanales.

La iniciativa también se aplica en el gobierno de la ciudad y en los ministerios de Modernización, Salud y Desarrollo Social. En Balcarce 50 también, aunque con un perfil más bajo, limitado a menús saludables en el comedor y a alguna actividad de estiramiento.

En la oficina donde se dan las clases de yoga y canto, que históricamente estuvo reservada a altos funcionarios, son todas risas en esta oportunidad. Pero no siempre es así. A veces hay llantos y enojos. Rosario explica que el objetivo es lograr que los empleados liberen las tensiones y eso puede expresarse de muchas maneras.

Si bien los funcionarios de primera línea no suelen participar de esas clases, tanto Rosario como los empleados afirman que una vez que se cruza la puerta de la oficina destinada a las actividades todo cargo político queda atrás. Eso, además de lograr cierta relajación, también permite “vincularse de otra manera con el resto”, según contó Julia, del área de Servicios.

La que sí participó de las clases es Bertol. Motivada por haber escuchado a unas empleadas cantar en el ascensor, se acercó a una de las clases a probar suerte con su afinación acompañada por un piano. Los resultados están en un video que la ex diputada nacional subió a su cuenta de Instagram.