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La Iglesia urgió a cuidar y valorar la familia, ante situaciones de pobreza, marginalidad y violencia

El cardenal Vicente Bokalic, arzobispo de Santiago del Estero llamó a renovar la esperanza y destacó los desafíos que afronta la Iglesia Arquidiocesana en estos tiempos.

“Mis hermanos y hermanas de nuestra Arquidiócesis y todos los hombres y mujeres de buena voluntad que peregrinamos aquí, en nuestra provincia de Santiago del Estero: estamos concluyendo este año de gracia, este Año Jubilar al que nos había convocado el año pasado el Papa Francisco, de feliz memoria, y que nos dejó un lema tan hermoso: “Peregrinos de la Esperanza”.

En este Año Jubilar hemos rezado, conversado, reflexionado y compartido permanentemente sobre esta virtud, este regalo de Dios que es la esperanza, que junto con la fe y la caridad son las virtudes que nos ayudan a caminar en la vida con sus alegrías y tristezas, con sus luchas cotidianas, dando testimonio de nuestra fe cristiana, de nuestro amor a Jesús y de nuestra disposición para ser servidores del Reino.

Hoy es un tiempo para dar gracias por lo vivido y recibido: por lo que Dios ha sembrado en nuestros corazones, en nuestros grupos, en nuestras actividades, en los encuentros por áreas y sectores, en toda la Iglesia arquidiocesana. Un agradecimiento especial a todos los equipos que han trabajado para pensar y organizar las numerosas actividades y celebraciones jubilares.

Pero también sabemos que la esperanza es una virtud que a veces se oscurece frente a los conflictos, los dramas y las crisis que padecemos como familias, comunidades y sociedad. Son muchos los males, dificultades y problemas que nos aquejan: la pobreza, la marginación, el olvido, la falta de oportunidades. Sufrimos tantos dolores y situaciones de vida amenazada, rupturas, desencuentros, enfermedades y muertes. Todo esto tiende a debilitar nuestra esperanza y nuestras fuerzas para seguir caminando juntos en pos de ideales y proyectos asumidos.

Pero el Señor no nos abandona. Él está siempre con nosotros. En esta Navidad celebramos en comunidad: a Dios que viene a acompañarnos, que se abaja, que conoce y asume nuestras fragilidades y dolores más profundos, pero que también nos bendice, nos abraza, nos anima, nos perdona y nos da fuerza para levantarnos.

La esperanza es un don que Dios renueva constantemente. El objetivo grande de este Jubileo fue justamente renovar nuestro encuentro con Jesús, porque Jesús es nuestra esperanza. Él es la esperanza viva, encarnada, que entra en nuestra historia para tomarnos de la mano y caminar junto a nosotros. Compartió nuestra alegría, nuestro trabajo, nuestra fiesta, nuestro dolor. Sobre todo, el signo más grande que mantiene viva esta esperanza es su muerte por amor a nosotros y el triunfo de la resurrección: asumiendo el sufrimiento, nos rescata, transforma nuestras vidas y vence el mal y la muerte para siempre. Por eso, la última palabra no es la muerte, ni la injusticia, ni la maldad: la última palabra es el amor, la entrega, el servicio.

Dios quiera que este Jubileo haya sido un tiempo especial para reencontrarnos con Jesús y renovar este regalo. Unidos a Él y a la comunidad, siempre podremos levantarnos.

Desafíos para la Iglesia Arquidiocesana

Al cerrar simbólicamente las puertas del Jubileo, se abre para nosotros una nueva etapa: con lo vivido orado y experimentado en comunidad damos continuidad a las opciones y orientaciones pastorales elegidas en modo sinodal los últimos años por agentes de nuestra Iglesia diocesana. Tres grandes desafíos se presentan para nuestra Iglesia:

1. Una Iglesia en estado de misión permanente.

El Papa Francisco y el Papa León nos urgen permanentemente: este es el tiempo de la misión. Debemos fortalecer la dimensión misionera de la Iglesia: salir al encuentro de los hermanos, llegar a las periferias donde están el abandono, la marginalidad, el sufrimiento de quienes nunca conocieron el amor de Dios ni la cercanía de una comunidad. Son inmensas las periferias que nos esperan. No podemos cuidar y quedarnos en pequeños sectores de seguridad cuando una multitud de hermanos esperan que alguien les anuncie el amor de Dios, que da vida nueva a los que no conocen a Dios y han perdido toda la esperanza.

Anunciar a Jesús con palabras, pero sobre todo con gestos concretos de misericordia, asistencia y acompañamiento. Ese es nuestro primer compromiso. Compromiso de cada comunidad plantearnos como salimos al encuentro de las periferias, con espíritu de samaritanos que acogen a hermanos/as caídos y desfigurados en su condición de hijos de Dios.

2. Una Iglesia que llegue al mundo de los jóvenes.

El segundo desafío es el inmenso mundo de los jóvenes. Llegar a ellos, especialmente a los más abandonados: jóvenes sin escuela y hogar, expuestos a todo tipo de riesgos, sin esperanza, atrapados en las adicciones, desorientados y sin sentido en su existencia. Debemos conocerlos, escucharlos, entender lo que sienten y buscan, y proponerles a Jesús como amigo y salvador. Estamos convencidos de esto: Jesús Vive y nos quiere vivos. Ama y quiere vida plena para tantos jóvenes. Esto implica una profunda renovación pastoral para construir caminos de integración, promoción y servicio, junto a ellos y para ellos.

3. Una Iglesia con estilo sinodal.

El tercer desafío, señalado por el Papa Francisco y confirmado por el Papa León, es construir una Iglesia con estilo sinodal. La sinodalidad —caminar juntos— implica escucha, acogida cordial, diálogo, participación, respetando y discerniendo carismas y roles de con liderazgos vividos como servicio. Donde los protagonismos no excluyan, sino que integren; atrayendo a los más lejanos y construyendo comunidades abiertas, fraternas y misioneras. Una Iglesia que se renueva desde adentro, porque el Bautismo nos ha hecho hijos de Dios y hermanos, donde podamos descubrir nuestra vocación con un espíritu fraterno, humilde y participativo. Que el Señor nos conceda vivir esta nueva etapa con el corazón abierto. Que Jesús, nuestra esperanza, siga acompañándonos y fortaleciendo nuestra fe. Unidos a Él y entre nosotros, podremos afrontar todas las dificultades y seguir caminando juntos como Iglesia.

Conclusión

Al celebrar hoy la Fiesta de la Sagrada Familia, la Palabra de Dios —en el Evangelio de Mateo— nos recuerda el valor inmenso del cuidado de la familia, esa primera comunidad donde aprendemos a amar, a creer, a perdonar y a vivir la esperanza. También nos muestra cuán frágiles pueden ser nuestras familias, expuestas como estuvieron Jesús, María y José, a situaciones de pobreza, marginalidad, violencia y amenazas de muchos frentes. Ellos conocieron el desarraigo, la huida, el miedo, la incertidumbre… y, sin embargo, permanecieron unidos en el amor y en la confianza en Dios.

Por eso hoy, contemplando a la Sagrada Familia, queremos encomendar a todas las familias de Santiago del Estero a su cuidado y protección. Que Jesús, María y José acompañen los hogares heridos, sostengan a quienes sufren, iluminen a quienes buscan caminos de reconciliación, fortalezcan a los matrimonios, protejan a los niños y jóvenes y renueven en todos nosotros la gracia de vivir la fe en nuestras casas, como una pequeña iglesia doméstica.

Que la Sagrada Familia nos enseñe a caminar juntos con esperanza, en la paz, en el diálogo y en la misericordia, construyendo cada día un pueblo más fraterno e iluminado por el amor de Dios.

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