Durante muchos años se jactó de ser el “abogado de los malos”. Pero hoy el penalista facturador tiene otras intenciones, incompatibles con aquella versión del éxito.
Durante muchos años, Fernando Burlando se jactó de ser el “abogado de los malos”; un técnico al que no le interesa “la faz humana de las personas” (textual en NOTICIAS del 1 de marzo del 2003) sino ganar juicios y cobrar en forma para hacerlo.
En honor a ese perfil fogoneado por él mismo, es lógico imaginar que si el crimen de Fernando Báez Sosa hubiera ocurrido veinte años atrás, Burlando podría estar sumando consumos de alta gama –que siempre exhibió como trofeos profesionales- gracias a la onerosa defensa de los acusados.
Pero el penalista facturador tiene ahora otras intenciones incompatibles con aquella versión del éxito. Lanzarse a la carrera política impone esa cuota de empatía demagógica que sólo se consigue del lado de los buenos. Candidatura mata billetera. Aunque, convengamos, el renunciamiento económico de representar a una familia sin recursos para afrontar sus honorarios se compensa holgadamente con la omnipresencia mediática (gratis) que le regaló el caso. ¿Quién no conoce hoy al fervoroso motor de esta causa noble que se apasiona por llevarle justicia a dos padres desolados? Una jugada impecable de marketing político, mientras empiezan a circular los primeros afiches de su candidatura a gobernador bonaerense.
Nadie lo conocía a Fernando Burlando cuando asumió la defensa de los asesinos de nuestro compañero José Luis Cabezas, crimen del que esta semana se cumplieron 26 años.
Después del fracaso de pistas falsas con las que la policía bonaerense había desviado la investigación del asesinato, la delación de un puntero político abrió finalmente el camino a la banda integrada por Retana, González, Braga y Auge, cuatro lúmpenes del barrio platense de Los Hornos que, comandados por el policía Gustavo Prellezo –ex número 2 de la jefatura de Pinamar- habían secuestrado, torturado y finalmente colaborado en la ejecución de José Luis y el incendio de su cuerpo.
Delincuentes de baja monta que oscilaban entre la militancia rentada y la barra de Estudiantes, “los horneros” reclutados por Prellezo consiguieron la defensa de un tal Burlando, ignoto penalista de 32 años sobre el que pesaban denuncias de extorsión en el célebre caso de la aduana paralela que le valió la destitución al juez Carlos Branca.
Nunca se supo quién le pagó por defender a los secuaces del policía condenado por disparar contra Cabezas. Él llegó a decir que recibió dinero del entonces gobernador Duhalde; después dijo que era una broma. Su corto pasado hacía mirar en otra dirección: el joven Burlando tenía vínculos fluidos con la bonaerense, tal vez como legado paterno: Julio Desiderio Burlando fue, además de juez penal de La Plata, docente de la Escuela de Policía Juan Vucetich.
El nexo más directo con aquella Maldita Policía era su amistad con Mario “Chorizo” Rodríguez, el ex jefe de la DDI de La Matanza en los ’90, miembro del círculo chico del funesto Pedro Klodzyk, y primo hermano del ex comisario de Pinamar, Alberto “la liebre” Gómez, condenado por liberar la zona para el crimen de José Luis. Burlando siempre reconoció a Rodríguez como un hermano. Por aquellos años, Burlando junior solía asistir judicialmente a policías en apuros y como defensor de los horneros pareció más dispuesto a admitir su rol clave en el crimen con tal de minimizarla responsabilidad de los policías implicados.
Ahora en misión épica, blanqueado para la ocasión electoral, augura la hora de los justos, saluda al público emocionado y se deja vitorear. Lo asiste el beneficio del olvido.
Fuente; Revista Noticia